Crónica Transgrancanaria 360
Por Saúl Santana.
«No pensé que fuese a disfrutar tanto»
Cuando me senté a escribir estas líneas para ponerle un poco de hilo a todas las experiencias que he vivido en los últimos meses, no pensé que fuese a disfrutar tanto, casi, como estando con las zapatillas puestas, sumando kilómetros entre Tenerife y Gran Canaria.
Vaya por delante mi más grande y sincero agradecimiento a mis padres y a todas las personas que con su apoyo y seguimiento, han hecho posible que ahora mismo puedas leer estas líneas. De una manera, también especial, a Alejandra y a Pablo, los artistas que me han enseñado a entrenar con conciencia. Esa conciencia de los buenos hábitos: deportivos y nutricionales.
Fue el pasado miércoles, 24 de febrero cuando empezaba ese reto de la Transgrancanaria 360, en el marco incomparable del semáforo de Anaga. Sí, en la isla de Tenerife. Ya desde unas horas antes, mientras cogíamos el barco, se respiraba que no estábamos ante un reto o una prueba a las que estuviéramos acostumbrados, aquellos que, por primera vez, nos unimos a esta aventura. Iba, debo decirlo, con la confianza del trabajo bien hecho y con el único deseo de disfrutar. Disfrutar cada zancada, cada paisaje, de la compañía de otros corredores, … pero también con ganas de descubrir nuevos rincones, de poner a prueba la capacidad de crear o modificar una estrategia, … todo.
Arrancamos a las 9:30 y, a partir de ahí, non-stop hasta Meloneras. Los primeros kilómetros fueron de auténtica navegación. Sin referencias claras de caminos o veredas, todo dependía del GPS. Han sido, sin duda, los kilómetros más salvajes a los que me he enfrentado nunca: por perfil, por recorrido, por paisaje, … y en ellos ya me llevé la primera alegría. Allí estaba Alejandra, la seño, esperando apenas unos metros delante de la salida para ya decirnos que íbamos bien. Ella representa a tantas personas que se hicieron presente en algún momento de la carrera. ¿Qué pasa máquina?; ¿Todo bien? ¿Se pega esto desde el principio, no? Esas fueron sus primeras palabras. Imaginen.
Ya en ese primer tramo en Anaga coincidí con dos corredores: Miguel y Miguel. Compartimos muchas horas y kilómetros en adelante, y la verdad que, como me habían dicho, se hacía necesario coincidir con alguien. Esta carrera te pone a prueba, física y mentalmente. Especialmente la cabeza juega un papel fundamental.
El final de etapa en Tenerife fue muy bonito, menos técnico y aprovechamos para seguir conectando sensaciones con la prueba, ya mirando el reloj para llegar con el tiempo necesario al Puerto de Sta. Cruz de Tenerife con la antelación suficiente para descansar.
Después de comer, cargar agua y descansar en el barco, de vuelta a Gran Canaria, en Agaete, podríamos decir que empezaba lo bueno. Por delante, más de 200 kilómetros en casa. Miren si será especial esta hazaña desde el principio, que la primera base de vida en la isla estaba en Teror: ese pequeño rincón que me ha visto nacer y crecer y en donde tantos kilómetros de preparativos se han sumado. La noche fue muy llevadera, subiendo por Saucillo, Montaña Alta, Valsendero, … pasando también por Fontanales o los altos de Moya con una neblina que hacía que apenas pudiéramos ver a unos metros delante de nosotros. Lo más llamativo de la noche fue, sin duda, el paso por la acequia de Valsendero. Un lugar tan desconocido como imponente, para mí. Largo y que, con la noche, cobraba un punto de riesgo.
En torno a las 6 y media, llegábamos a Teror, como bien decía Alejandra, ajustando para que no nos cogiera el toque de queda. En Teror, como en todas las bases de vida, nos hicieron sentir como en un hotel con todo lujo (teniendo en cuenta la aventura en la que nos habíamos enrolado): con todo tipo de comidas, lugares para el descanso, duchas, … En ese punto y con la que se nos venía encima, nos considerábamos unos privilegiados.
Hay que señalar aquí que la carrera era en auto-suficiencia, es decir, que no podíamos tener ningún tipo de apoyo externo, salvo las denominadas bases de vida y/o, todo aquello a lo que tuviéramos acceso en cualquier comercio, siempre corriendo de nuestra parte.
Después de salir de Teror, ponemos rumbo a Valsequillo en la que, sobre el papel, es la etapa más accesible de toda la carrera. Ascendemos en, relativamente, poco tiempo, hasta la Caldera de Pino Santo para llegar a Tafira atravesando los Llanos de María Rivera. Luego, nos esperaba el ascenso a la Caldera de Bandama, con las imponentes vistas de la capital y la plataforma del E de la isla y ya, camino de Valsequillo. Fue en esta última parte del tramo donde el frío y una no-intensa pero si-incesante lluvia, nos hicieron de compañeros. Con ello, llegar a Valsequillo y encontrarnos el calor de los voluntarios, los amigos, un buen caldo y ropa seca, era el mejor premio.
Uno de los aciertos en la planificación y desarrollo de la prueba, fue leerla como la superación de “pequeñas” etapas de 38-45 kilómetros, que lo hicieran más llevadero. Mentalmente, ver aún en el reloj, 200-160 ó 115 kilómetros, podrían suponer un lastre. Así que, tirando de tópico futbolístico: pasito a pasito, de base de vida en base de vida.
Antes de arrancar desde Valsequillo a Santa Lucía, siguiente base de vida, nos acostamos y descansamos por primera vez desde hacía más de 24 horas. Fue apenas una hora y media, pero suficiente para afrontar lo que nos venía por delante. Esta segunda noche la hicimos acompañados de un nuevo integrante: Manolo, que había llegado tieso de frío a Valsequillo, tanto, que se planteaba parar. Pero en esos momentos, cómo se agradece encontrar a alguien con quien hablar, te haga calmarte y con las pulsaciones más en calma, sumarte y seguir en la búsqueda de la siguiente cima.
Esa segunda noche, en lo personal, fue la más dura. Hizo muchísimo frío en la subida a la Caldera de los Marteles y, el sueño en suma, no ayudaron a que las primeras horas fueran muy llevaderas. Tengo el recuerdo de hablar, pero sin saber qué decía e incluso, de pararnos, a pocos metros de llegar a la caldera a dormir. O, también dormir en un garaje, sentados en una silla, … Son de esas experiencias que uno dice con el tiempo: ¡Madre mía!, pero a lo que siempre apostilla: es parte del juego, ¿no?.
Nos amanece en el imponente Bco. de Guayadeque, con unas vistas preciosas del arco iris, camino de Santa Lucía, donde llegaremos poco después del mediodía, después de dejar atrás el núcleo de Temisas. El ánimo no flojea a las puertas de los kilómetros más duros y con más desnivel de la prueba.
Al llegar a Santa Lucía, tenemos un espacio de tiempo más relajado para ducharnos, comer, que nos revisen la chapa de los pies para quitarnos alguna bolsa que nos ha salido de tanta agua, suelo agreste y técnico, … una auténtica prueba para los pies. Como son las primeras horas de la tarde, el almuerzo se agradece, el calorcito del sol de mediodía (solo como preludio de lo que viene …) y una siesta de una hora y media, antes de salir en dirección a Pajonales.
La subida hacia la zona protegida es sencilla y llevadera porque vamos hablando e intercambiando las posiciones para no bajar el ritmo constante en la ascensión. Ya cerca de hacer cima en esta primera subida exigente, hacemos una parada en previsión que el viento y el agua se harán presentes. A partir de aquí, empieza, sin lugar a dudas, la parte más radical de la prueba por el cúmulo de emociones que pudimos vivir.
Poco después de pasar la Mesa de las Vacas y adentrarnos en la bajada hacia Risco Blanco, nos llaman por teléfono desde la organización porque ¡se ha neutralizado el tramo! Es cierto que donde nos encontrábamos hacía frío, llovía y el viento era cada vez más fuerte, pero nada nos hacía presagiar semejante desenlace. Luego, al unirnos a otros compañeros en el Pico de las Nieves, desde donde nos llevaron a las inmediaciones de la Sepultura del Gigante, entendimos que había sido lo más sensato y coherente. De la misma manera, se debe aplaudir que se apostase por, precisamente esto, continuar la carrera apenas uno kms. adelante del punto neutralizado.
Comienza una parte dura, en lo Físico y en lo mental. Es la tercera noche y la situación se ha tornado a exigente por las condiciones climatológicas, especialmente adversas por el viento y el frío. Aquí experimenté uno de los momentos de los que uno se acuerda con el paso de los años y siente que está en ese instante, de nuevo. Había compañeros que lo estaban pasando mal en lo físico y anímicamente, también necesitaban un estímulo, así que, en un hecho, totalmente improvisado, nos echamos unos a coger y tirar del grupo, de manera que pudiéramos tener un ritmo constante en el descenso hacia el Roque Nublo y nadie se quedara descolgado con las condiciones que se presentaban.
Coronamos el monolito del Nublo y comenzamos el largo descenso por el Aserrador hacia la Presa de las Niñas, donde ya el ánimo después de horas y horas de descenso, empezaba a hacer mella y algún compañero se iba descolgando. Fueron, seguramente, las horas más complicadas de la carrera. Eso sí, siempre destacando que nunca, nunca, abandonar fue una opción. Y es esto último, la primera victoria; el primer logro: controlar la mente a base de disfrutar, de cada paso, de ir haciendo efectiva la estrategia en cada base de vida, de adaptarse a las necesidades, …
Llegamos al caserío de Soria de madrugada. El cuerpo pedía, a partes iguales: comida y descanso. Ahora sí, merecido por lo exigente de la noche y, sabiendo que quedaba el broche a una prueba que ya empezábamos a saborear.
Son las 7 y se vislumbra que el día va a estar despejado. Un buen desayuno que nos haga aguantar unos kilómetros hasta una ingesta fuerte de comida, revisar el material, la ropa y, ¡a por la meta en Meloneras! Quiso el azar que este tramo lo hubiera hecho solo hacía unas semanas atrás con unos compañeros en un entrenamiento, por lo que se hacía más llevadero, así como muchos trozos del recorrido en adelante. Afrontamos la última y exigente subida en las Tederas con, yo creo, un anticipo de lo que sería la llegada. Al llegar a esa última subida, nos entremezclamos con corredores de las modalidades Starter, Maratón y Advanced. Ese fue otro de los momentos que siempre recordaré. En las semanas previas, cuando ya supimos del recorrido pensé que sería un aliciente compartir kilómetros con los compañeros de otras distancias y, sin embargo, fue aún mejor.
Sentir el apoyo y el reconocimiento de tantas personas que pasaban a nuestro lado, hicieron que incluso nos animáramos a trotar en muchos tramos. No olviden que en este punto estamos por encima de los 220 kilómetros de carrera. También debo señalar que, en más de una respuesta de agradecimiento a las palabras que me decían, señalaba: aquí, debemos felicitarnos todos: cada uno con su reto personal es un auténtico campeón. Porque sí, porque hacer frente a cualquier distancia implica, en todos, lo mismo: tiempo para prepararse, ilusión por conquistar esa meta y, conocer su cuerpo y su mente, para saber dónde no-está-el-límite.
Momento para la magia. Empieza el tránsito por el Barranco de los Vicentes. Este es el momento de hacer valoración de lo que han sido estos días, estas noches, esas relaciones que hemos establecido entre compañeros y con el entorno, en Tenerife y Gran Canaria. Llamo a mis padres y a amigos que se interesan por saber cómo voy en esos últimos momentos.
Al llegar al final del barranco y encarar la pista hacia el Canal de Maspalomas, aparece mi amigo/compañero de fatigas/… Eduardo. No puedo evitar darle un abrazo cuando lo veo. Con él he compartido kilómetros, viajes para participar en pruebas en otras islas, en la península, … Creo que en todos los ámbitos de la vida, tenemos a alguien que nos sirve de estímulo: por su compañía, por los que se comparte, por las fatigas y las alegrías, … Ese es él. Empezamos a trotar y ya no pararemos hasta llegar a la meta. He hecho varias ediciones/ modalidades de la Transgrancanaria y, sin embargo, nunca he acabado tan entero ese tramo y, ni mucho menos, he disfrutado tanto esos últimos kilómetros. El encuentro con mis padres, también de camino, marca otro hito: el apoyo a conseguir los sueños que uno tiene, aunque siempre empiecen todos con un ¿y eso no es mucho, Saúl?. Los padres, simplemente eso. Y ya, a unos cientos de metros de meta: Alejandra. La Alquimista de los sueños que llevan piernas y van descontando nivel positivo. Muchos tienen entrenadores/as/ monitores/as pero, esto trasciende de todo ello. Alejandra es el apoyo, el estudio, la conciencia, esa persona que está a la vuelta de la subida en el Semáforo de Anaga, en Teror, … a golpe de teléfono y en persona. Y, cuando no está ella: tiene quien haga sus veces. ¡META!
Cada uno de los kilómetros que hemos conquistado; cada una de las bases de vida que hemos ocupado; cada uno de los momentos de sueño y debilidad que hemos pasado y, por supuesto, todos los que hemos disfrutado: ha sido juntos. Familia, amigos, e incluso tu, que te has parado a leer esta crónica.
Ni que decir tiene que volveré a ponerme en una línea de salida de una #TGC360, porque sí, porque siento que son mis pruebas, donde de verdad uno muestra lo que guarda, lleva y trabaja. Y, ¿saben qué? Me gustaría que todos los que lo han hecho posible con su trabajo, su apoyo y sus mensajes, la volvieran a hacer conmigo.
Gracias por compartir mi reto.
#7057
Saúl Santana Rivero
Finisher TGC WAA360 2021.